El pasado 22 de febrero murió el gran escritor de San Francisco, recordado por haber formado parte de la Beat Generation y por su librería City Lights.
Recuerdo su mítica librería City Lights en Columbus Avenue, del barrio italiano, más conocido como North Beach en la ciudad de San Francisco. A una cuadra de allí se encuentra un edificio muy antiguo conocido como el Sentinel Building, donde funciona el estudio de cine American Zoetrope, y donde Francis Ford Coppola escribió sus primeros guiones.
Separados por la Kerouac Alley (un callejón muy angosto y pintoresco) se hallan el Bar Vesuvio y la librería.
Por aquel entonces (año 2006) pasaba mis tardes en las mesas de ese bar, embellecido por los retratos de Jack Kerouac y algunos de sus poemas y cartas manuscritas, colgadas en las paredes. Recuerdo que mi fascinación era tal que confiaba en escribir mis poemas más encendidos, junto a una jarra de cerveza con la mirada fija, puesta en esta librería de enfrente, soñando conocer a Lawrence, verlo entrar allí.

Un día mi sueño se cumplió. Luego de tomar un par de cervezas y guardar mis desastrosos poemas crucé el callejón y entré a City Lights, y allí estaba él, conversando plácidamente con la gente que venía a saludarlo. Cuando me acerqué solo atiné a darle la mano y a darle las gracias. Me preguntó de dónde era, le dije que era argentino, me respondió: “¡Qué bien! Yo soy amigo de Juan Gelman”. Eso fue todo. Con una gran sonrisa me dio una palmada en el hombro y me invitó a pasar, para que disfrutara de esos hermosos libros, las fotos, los murales, todo lo que nos envolvía en la marea beat. Los rostros de Allen Ginsberg, William Burroughs, Neal Cassady, Gregory Corso y tantos otros asomados entre las bibliotecas daban el clima de aquella época, de los ardientes años 50 y 60.
Un poco de historia
La librería City Lights fue fundada en 1953 y desde entonces se ha convertido en el verdadero refugio de los beatniks. Del otro lado de la Avenida se encuentra el Museo de los Beat, donde hoy se pueden contemplar los objetos más cotidianos de aquella generación de escritores y artistas que revolucionaron la cultura norteamericana. Una Camisa de Jack, la máquina de escribir de Allen…
Fue en aquella librería donde, una tarde del año 55, se presentó el joven Ginsberg y le entregó en mano a Lawrence su manuscrito de “Aullido y otros poemas”, obra que atrapó desde un primer momento a este muchacho y que fue editada en la librería y costó un allanamiento policial y un proceso judicial, por considerarlo material “lascivo y pornográfico”. Más tarde esa obra trascendería los límites de esa ciudad y ese país y se convertiría en una pieza incendiaria para cualquier poeta joven del mundo.
Los beatnik nacieron a fines de los años 40. Eran un grupo de pibes que asomaban sus pestañas al mundo sobre la post guerra, conocidos y denunciados por hacer dedo en las rutas y consumir algunas drogas (livianas hoy por hoy). Derrotados y marginados pero a la vez colmados de una convicción muy intensa, tal como diría Jack Kerouac, en busca de un “reencantamiento del mundo”.
Jack publicó En el camino; William Burroughs viajando entre México, París y el Amazonas, en busca del Ayahuasca, escribiría con los años El almuerzo desnudo y Yonqui, entre otras obras magníficas. Lawrence Ferlinghetti, poeta, periodista, editor, pintor y librero; resucitó luego de su amarga experiencia en la Segunda Guerra Mundial donde ocupó un puesto como oficial en la invasión de las tierras de Normandía. Desde las filas del pacifismo abriría las puertas de su librería para que toda esta generación tuviera voz e imprenta. Dio a conocer la obra poética de Denise Levertov, Diane Di Prima, Gary Snyder y del mismo Charles Bukowski, que si bien no formaba parte de la Beat, tuvo su lugar para leer y armar sus buenos disturbios.
Gran parte de la producción poética de Lawrence se inscribe en la tradición oral, algo muy común en la ciudad de San Francisco donde los jóvenes se juntan a compartir sus poemas y leerlos en voz alta, muchas veces acompañados por músicos de jazz. También queda sellada para siempre su impostura frente al poder, su desengaño frente a los gobiernos, y la fraternidad como un valor supremo entre sus semejantes.
Murió el pasado 22 de febrero, tenía 101 años. Fue un viajero incansable, y tuvo grandes amistades, como Nicanor Parra y Ernesto Cardenal. Seguramente las puertas de la City Lights seguirán abiertas dándonos la bienvenida a su legado. Acá en Argentina la editorial cordobesa Alción tiene en su catálogo dos libros de su autoría: La poesía como un arte insurgente y Los Blues de la procreación y otros poemas.
Para honrarlo como corresponde compartimos algunos de sus poemas traducidos por Sandra Toro, y sus palabras, que ojalá nunca pierdan su vigencia: ““La poesía debe comunicar con la gente, este no es momento para una poesía minoritaria. Es un lujo que no podemos permitirnos mientras contemplemos cómo arde Roma. Son demasiados los poetas que sólo musitan por lo bajo. La poesía debe ser inteligible para el hombre de la calle”.

I am waiting
I am waiting for my case to come up
and I am waiting
for a rebirth of wonder
and I am waiting
for someone to really discover America
and wail
and I am waiting
for the discovery
of a new symbolic western frontier
and I am waiting
for the American Eagle
to really spread its wings
and straighten up and fly right
and I am waiting
for the Age of Anxiety
to drop dead
and I am waiting
for the war to be fought
which will make the world safe
for anarchy
and I am waiting
for the final withering away
of all governments
and I am perpetually awaiting
a rebirth of wonder
I am waiting for the Second Coming
and I am waiting
for a religious revival
to sweep through the state of Arizona
and I am waiting
for the Grapes of Wrath to be stored
and I am waiting
for them to prove
that God is really American
and I am waiting
to see God on television
piped’ onto church altars
if only they can find
the right channel
to tune in on
and I am waiting
for the Last Supper to be served again
with a strange new appetizer
and I am perpetually awaiting
a rebirth of wonder
I am waiting for my number to be called
and I am waiting
for the Salvation Army to take over
and I am waiting
for the meek to be blessed
and inherit the earth
without taxes and I am waiting
for forests and animals
to reclaim the earth as theirs
and I am waiting
for a way to be devised
to destroy all nationalisms
without killing anybody
and I am waiting
for linnets and planets to fall like rain
and I am waiting for lovers and weepers
to lie down together again
in a new rebirth of wonder
I am waiting for the Great Divide to ‘be crossed
and I am anxiously waiting
for the secret of eternal life to be discovered
by an obscure general practitioner
and I am waiting
for the storms of life
to be over
and I am waiting
to set sail for happiness
and I am waiting
for a reconstructed Mayflower
to reach America
with its picture story and tv rights
sold in advance to the natives
and I am waiting
for the lost music to sound again
in the Lost Continent
in a new rebirth of wonder
I am waiting for the day
that maketh all things clear
and I am awaiting retribution
for what America did
to Tom Sawyer
and I am waiting
for the American Boy
to take off Beauty’s clothes
and get on top of her
and I am waiting
for Alice in Wonderland
to retransmit to me
her total dream of innocence
and I am waiting
for Childe Roland to come
to the final darkest tower
and I am waiting
for Aphrodite
to grow live arms
at a final disarmament conference
in a new rebirth of wonder
I am waiting
to get some intimations
of immortality
by recollecting my early childhood
and I am waiting
for the green mornings to come again
youth’s dumb green fields come back again
and I am waiting
for some strains of unpremeditated art
to shake my typewriter
and I am waiting to write
the great indelible poem
and I am waiting
for the last long careless rapture
and I am perpetually waiting
for the fleeing lovers on the Grecian Urn
to catch each other up at last
and embrace
and I am waiting
perpetually and forever
a renaissance of wonder
Miguel Martinez Naón
APU
Créditos a la foto de cabecera: Lawrence Ferlinghetti, en la puerta de su librería City Lights.
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