Con ‘penalismo mágico’ quiero referirme a la creencia en el poder sobrenatural del derecho penal, de lo punitivo, como herramienta capaz de producir efectos automáticos y de resolver complejos problemas sociales de manera prodigiosa.
Llevo muchos días, tantos como llevamos de encierro, preguntándome si debería escribir un artículo sobre autoritarismo y coronavirus. Dudaba sobre si podría aportar algo a este tema, cuando ya hay magníficos artículos que se adentran en la cuestión y un ruido mediático que casi nos impide escucharnos.
Al final me he decidido. Quizás escuchar a un buen amigo mío defender a Vox mientras me cuenta que #GolpedeEstado es trending topic me ha interpelado a esforzarme para responder a esta apasionado llamamiento a la violencia. Quizás también me ha impulsado recordar a Immanuel Wallerstein diciendo que, en tiempos de crisis sistémica, cada acción, cada gesto, cada voz, cuenta y aumenta las posibilidades de inclinar, hacia un lado más jerárquico o más democrático, la transformación estructural en la que nos adentramos. Como el vuelo de una mariposa en Wuhan, que es capaz de cambiar el clima en Madrid, el soplo de una idea más puede provocar que llueva sobre el incendio. Así que entre mi buen amigo y Wallerstein me han convencido para empezar a compartir mis ideas sobre autoritarismo en el contexto actual.
El entusiasmo ante el ensueño de que un golpe de estado derroque al Gobierno, el asentimiento satisfecho ante las miles de sanciones impuestas de forma arbitraria y desproporcionada, el aplauso ante los abusos policiales contra quien se salta la cuarentena, la normalidad con la que asistimos a la militarización de la vida pública, todo eso responde a una fe secular muy arraigada. Hay una cierta pasión hacia el castigo en este país, una veneración extrema a la sanción penal, hay un gran sector de la sociedad que idolatra el poder coactivo del Estado.
A esa fascinación yo la llamo adoración al penalismo mágico.
Representa una ilusión social el llegar a la conclusión de que con solo incluir un nuevo artículo en el Código Penal, con endurecer un poco más las penas, acabaremos con los robos, las drogas, la violencia machista o el independentismo catalán. Con solo poner policías y ejército en las calles, el virus se acabará.
El penalismo mágico es la creencia irracional de que la violencia pura, la mano dura, es capaz de resolverlo todo. El penalismo mágico ya estaba aquí antes del coronavirus. Estaba aquí cuando nuestro Código Penal se endurecía sin parar durante las últimas décadas, llevándonos a septuplicar nuestra población penitenciaria pese a que somos uno de los países más seguros de Europa. Estaba aquí cuando se implantó la prisión permanente revisable pese a que es inmoral, está demostrado que no reduce la delincuencia y a que ya tenemos cadenas perpetuas encubiertas. Estaba aquí cuando se impusieron las mordazas, se disparó a los inmigrantes, se multaron a titiriteros y activistas y se quiso encarcelar a la mitad independentista de Cataluña. En España, esta fe se encuentra reforzada, sin duda, por las secuelas de la Guerra Civil y el franquismo, pero hay que entender también que la reciente expansión de la doctrina del penalismo mágico es un fenómeno global con raíces en la transformación sistémica en la que nos encontramos. En los últimos cuarenta años, se ha producido un endurecimiento y expansión del derecho penal en todo el mundo occidental, al tiempo que se han ido desmantelando los llamados Estados del Bienestar.
El penalismo mágico es una visión del mundo que ha crecido con el neoliberalismo, que se ha intensificado al pasar del Estado Social al Estado Penal y está en la base del populismo punitivo que gobierna a través del delito. Pero el penalismo mágico es más profundo.
Entiendo el penalismo mágico como la base psicológica y emocional, irracional pero realmente existente, que posibilita y legitima las prácticas punitivas anteriormente descritas pese a su reconocida ineficacia
Sus raíces se hunden en la idea mítica de la violencia como fundadora del orden social. Sus raíces se hunden en Hobbes, sus raíces se hunden en Freud, sus raíces se hunden en el “Viva la muerte” y en el “una hostia a tiempo lo arregla todo”. Entiendo el penalismo mágico como la base psicológica y emocional, irracional pero realmente existente, que posibilita y legitima las prácticas punitivas anteriormente descritas pese a su reconocida ineficacia. Es la explicación de por qué seguimos confiando en las falsas soluciones penales en vez de atrevernos a abrazar auténticas soluciones sociales y cooperativas. El penalismo mágico nos aboca a una sociedad fascista, en la que los límites al poder coactivo del Estado se difuminan y en la que el miedo se convierte en la única fuente de cohesión social. En este sentido, para descifrar el penalismo mágico creo que es útil recuperar a Erich Fromm.
En El miedo a la libertad, su reconocido análisis sobre la fascinación por el fascismo de las masas alemanas, Fromm indaga en las fuentes primigenias del autoritarismo. Viene a decir que existe un tipo de personalidad, el carácter autoritario, que disfruta sometiéndose al poder al tiempo que siente placer cuando ve que el poder castiga a los más débiles. Este carácter sadomasoquista se nutre de emociones como el miedo y la desconfianza, ancladas en un profundo sentimiento de vacío, impotencia e incertidumbre. La impotencia, la incapacidad de ejercer la propia libertad, lleva a generar este complejo emocional que requiere adorar al que practica la violencia porque así se produce una identificación con esa forma de poder. Frente al carácter autoritario, que sigue la religión del penalismo mágico, existe también el carácter solidario, que confía en la capacidad de las personas para transformar el mundo. Según su teoría de la psicología social, Fromm entiende que determinadas condiciones económicas producen determinadas personalidades, porque el sistema modela al individuo de acuerdo a las necesidades de producción. Pero, a su vez, la personalidad de los sujetos también influye sobre el aparato productivo y, en momentos de crisis, esos equilibrios se descompensan y surge la posibilidad de revolucionar las vidas cotidianas y las maneras de producir. Para bien o para mal, como mostró la experiencia nazi.
De lo que ahora se trata no es de aplaudir o de cacerolear en los horarios prefijados ni de pelearnos por el tuit adecuado, sino de descreernos del mito de la violencia como fundadora del orden social
El miedo a la libertad es un libro muy conocido, que ya ha sido identificado como un elemento clave para entender el resurgimiento de la extrema derecha en Europa. Lo que no es tan conocido es que, para escribir este libro, Fromm se basó en un estudio empírico sobre la personalidad de los obreros alemanes en la República de Weimar. En esta investigación, ocultada durante décadas por el propio Instituto de Investigación Social de Frankfurt, Fromm y sus colaboradores llegaron a la conclusión de que el nazismo triunfaría en Alemania porque la mayoría de la población obrera a comienzos de los años 30 tenía un carácter autoritario pese a votar a partidos de izquierdas. Predijeron que estos obreros no opondrían verdadera resistencia al partido nazi porque en sus corazones ansiaban identificarse con un fuerte liderazgo, fuera del signo que fuera. Por tanto, pienso que de lo que ahora se trata no es de aplaudir o de cacerolear a los enemigos apropiados en los horarios prefijados ni de pelearnos por el tuit adecuado. Se trata de descreernos del mito de la violencia como fundadora del orden social.
La sociedad existe porque cooperamos, porque nos queremos, porque nos necesitamos. Porque somos interdependientes y ecodependientes, porque todas nuestras necesidades vitales se satisfacen en comunidad. Porque toda la riqueza la producimos en colectividad y porque queremos abrazarnos mientras la generamos.
Este virus no lo parará la policía ni el ejército. Ni la ciencia ni los parlamentos. Con solo un 10% de la población que no siguiera las indicaciones sanitarias, no habría fuerzas de seguridad capaces de impedirlo. El cumplimiento de las normas se basa en la percepción de su justicia, necesidad y legitimidad, si no, de nada funciona la fuerza bruta de la policía. La confianza en que la vida va a seguir, en que queremos que siga, pase lo que pase, digan lo que digan, es lo que parará el virus. Y es lo que nos permitirá construir una vida digna para todas las personas cuando esto acabe. Porque frente al penalismo mágico, contamos con la imaginación realista, con la capacidad de crear mitos que nos ayuden a vivir en comunidad.
Con la expresión realismo mágico se trató de describir la sorprendente prosa de una corriente estética latinoamericana que nos sumergía en mundos costumbristas donde lo fantástico y sobrenatural formaba parte de la normalidad cotidiana. En Cien Años de Soledad, una de las novelas que más popularizó esta corriente, aparece un personaje singular: el gitano Melquíades, el personaje más sabio y honesto de todo el libro. En las primeras páginas, este gitano mago lleva unos imanes a Macondo y la gente del pueblo queda admirada por el poder atractor del invento. El coronel José Arcadio Buendía, que luego se embarca en sucesivas guerras inútiles, pensó que podría usar los imanes para encontrar oro y hacerse rico sin esfuerzo. Al venderle un imán, Melquíades, “que era un hombre honrado”, le advirtió: “para eso no sirve”.
El autoritarismo no sirve para reducir la pobreza, el castigo no sirve para reducir la adicción a las drogas, el derecho penal no sirve para acabar con el machismo y la represión no es la manera democrática de responder a estos nuevos tiempos del cólera
Al igual que el imán no sirve para encontrar oro, ni el derecho penal ni la Ley Mordaza sirven para resolver los problemas sociales, políticos y sanitarios que nos afectan. El autoritarismo no sirve para reducir la pobreza, el castigo no sirve para reducir la adicción a las drogas, el derecho penal no sirve para acabar con el machismo y, desde luego, la represión no es la manera democrática de responder a estos nuevos tiempos del cólera. Si queremos construir una sociedad pacífica, justa y democrática debemos buscar herramientas pacíficas, justas y democráticas para vivir sin miedo. Debemos dejar de escuchar, como hace mi amigo, a los políticos que predican el penalismo mágico. Estos, al igual que el Coronel Buendía, nos quieren arrastrar a crueles e interminables guerras sin sentido al hacernos creer que la violencia es el imán fantástico que encuentra el oro de la paz social.
Cien años de soledad es una magnífica novela pero Macondo y los Buendía acaban reducidos a cenizas.
Es el momento de escribir nuevos mitos.
Jorge Ollero Perán
Jurista y mediador en la Federación Andaluza ENLACE
El Salto
Créditos a la foto de cabecera: Imagen de nextvoyage en Pixabay
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