¿O eran los extremos?
A la vista de lo que se puede escuchar últimamente podría dar exactamente lo mismo. No parece haber interés en el debate de ideas, o en analizar objetivamente las sentencias que algunos opinadores de pacotilla, disfrazados de periodistas, lanzan en las redes sociales y en los medios.
El comunismo, esa ideología asesina. Todo el mundo sabe que el comunismo es lo mismo que el fascismo. El nacionalsocialismo es socialismo, cualquiera puede ver que se escriben parecido. La libertad de cátedra es para los catedráticos.
En efecto, todo comunista sabe que la labor de una persona adscrita a ese modelo político consiste en averiguar cuál es la mejor forma de matar al mayor número de personas con el menor número de recursos, para luego esclavizar a los que no suficientemente aterrorizados por el genocidio aún se resistan a trabajar como esclavos en las industrias que harán prosperar al régimen.
En realidad esta es una descripción sucinta del III Reich alemán, pero cualquier opinador de esos a los que nos referimos querrá que creamos que en las bases del comunismo está el mismo espíritu genocida, esclavista y supremacista. La ideología nazi, el fascismo o el franquismo jamás se ocuparon verdaderamente de la economía ni tuvieron un modelo económico pensado con el que estructurar una sociedad; por el contrario sus modelos económicos han sido oportunistas, explotadores, elitistas y se basaban en ir saliendo del paso confiando en que el expansionismo devorador y la conquista (o Dios, que ya proveerá) les darían los recursos económicos necesarios a base de saqueo y esclavitud.
La economía de Hitler fue una estafa piramidal. Y tanto éste como Mussolini basaron el auge económico inicial de sus regímenes en la explotación de los trabajadores y el desarrollo del capitalismo burgués. Ni qué decir que en la vorágine salvaje del exterminio eran economías basadas en el corporativismo feudal y el trabajo esclavo. No hay mucho que hablar de la economía del régimen franquista, que consistía en sobrevivir como se pudiera; Franco, como buen imitador de nazis y fascistas, quiso basar la economía en los recursos del país, olvidando que no era Alemania lo que tenía entre manos, y que la autarquía, sin las conquistas del Reich alemán, en un país eminentemente agrícola y reducido a mínimos tras la Guerra Civil, iba a ser una penosa carrera entre sectores económicos estrangulados y una inflación que no dejaba de crecer. Tan solo la intervención de los EEUU, vía subvenciones y presiones reformadoras, logró impulsar la economía española, y junto con el turismo en los 60 permitió el despegue. Si fuera por Franco los españoles habrían acabado comiéndose hasta las hojas de las Biblias que guardaban en casa.
El fascismo y el nazismo, como ideologías, y las doctrinas de economía como las de la escuela austríaca surgieron básicamente como oposición a los movimientos obreros del XIX y las ideologías que los alentaron, como el comunismo y el anarquismo. Con sus particularidades regionales y culturales para el caso de los fascismos y como una especie de rebelión de los capitalistas en el caso de la escuela austríaca, el núcleo recurrente de todas ellas era la oposición frontal a todo lo que oliera a socialismo, comunismo, anarquismo o marxismo. Fue un enorme ejercicio de empezar la casa por el tejado, de construir una argumentación (ideológica, política, económica) a partir de la conclusión. Así es, no es nuevo lo de tener un prejuicio y construir excusas para justificarlo. Excusas en forma de racismo, supremacismo o políticas económicas.
De esa manera los fascismos eran ideologías sincréticas, que agarraban de aquí y de allá cualquier elemento que ayudara a construir un sistema artificioso para simular fondo, tradición, filosofía. Se construyeron mitos sobre la herencia genética y la predestinación histórica, se usó el fanatismo religioso y hasta la «solidaridad obrera» cuando hizo falta. En el caso de la escuela austríaca se acudió a la praxeología , una pseudociencia, para establecer los principios de su filosofía económica y por lo tanto la política que debía emanar de ella. Cualquier pretexto era bueno si ayudaba a construir el edificio del anticomunismo.
El socialismo sin embargo nace de la reflexión profunda sobre la sociedad, la economía y la política. Las conclusiones del socialismo y del análisis marxista provienen del fracaso del sistema en dar vidas dignas a la gran masa de trabajadores y la perspectiva de una clase social, la burguesía, que de continuar en el ejercicio del poder político y económico no sería más que la perpetuación de un régimen en el que los trabajadores, la inmensa mayoría de la población del planeta, no cumpliría otro papel que el de ser carne de cañón que sacrificar para la prosperidad de esa clase dominante. La revolución tecnológica e industrial solo prometía vidas mejores para la burguesía, y generaciones de trabajadores explotados para el resto de la Humanidad. El socialismo representó ese escalón que hizo tropezar a todo un modelo para que el coscorrón consecuente obligara a detenerse a pensar sobre si la sociedad que pretendía establecerse como única y universal era la adecuada para el progreso de la civilización.
Los principios del socialismo, una economía al servicio de la sociedad y no una sociedad exprimida hasta las últimas consecuencias para mantener en movimiento la rueda del capitalismo, supusieron un nuevo horizonte para varias generaciones de personas, que no solo creyeron que un futuro mejor era posible sino que iniciaron experiencias en ese sentido, desde el horizonte comunista de los países socialistas como la URSS a las comunidades anarquistas que se dieron en España durante la Guerra Civil.
El socialismo consigue mejoras para los trabajadores tanto en las democracias liberales como en los países socialistas.
¿Y los cien trillones de muertos del comunismo?
No pretendo ni ridiculizar las muertes ni disculpar a los actores. Desde un análisis histórico es el resultado del choque de modelos, de la inercia arrastrada de épocas muy anteriores, de la simple y brutal guerra entre los que estaban y los que aspiran a estar. De la enconada resistencia que los que ven amenazados sus privilegios presentan ante la posibilidad de perder lo que el ‘orden natural’ les había proporcionado. La gente se horroriza cuando se habla del Holodomor o de las limpiezas de Mao y su Revolución Cultural, imposible no sentir náusea ante las historias de la Camboya de Pol Pot y resulta cuando menos difícil justificar todo lo que Stalin hizo en la URSS, por poner algunos ejemplos. Pero ¿cuántos se escandalizan de la misma manera cuando se les dice que Kissinger quiso lanzar bombas atómicas sobre Vietnam, un país que los Estados Unidos habían invadido para torcer su voluntad de convertirse en un país socialista y transformarlo en una base estratégica norteamericana, ante la imposibilidad de ganar la guerra convencional? ¿Cuántos se indignan ante mas de medio millón de muertos civiles en la ‘pacificación’ de Irak tras la guerra? ¿Cuántos se enfadan al saber que los Estados Unidos permitieron que la mayor parte de los nazis del III Reich quedaran impunes y fueran amnistiados? ¿Qué se dice cuando los países democráticos organizan, financian y alientan dictaduras fascistas que torturan y asesinan como la que todavía rige en la teocracia de Arabia Saudí o casi todas las implantadas a finales del siglo XX en Sudamérica?
Los muertos que causa ‘nuestro’ sistema parece que no valen tanto. Si se contabilizaran los muertos causados por ‘el capitalismo’ de la misma manera falaz con la que se contabilizan ‘los del comunismo’ la cifra sería escandalosamente superior.
Y no voy a entrar por eso en cifras. La sentencia es clara. El socialismo, el comunismo, jamás ha tenido en su base ideológica ni en su esquema de sociedad la esclavitud, el genocidio, el supremacismo. Jamás ha tenido intenciones de justificar sus metas en un destino escrito por ningún dios. Nunca tuvo las metas de un país concreto, ni de una cultura, ni de una etnia. Y por supuesto tampoco ha tenido 500 años de historia para desarrollarse a sus anchas. Sigue siendo un horizonte para todos y para todas, que pretende la igualdad, la dignidad y el progreso.
Pol Pot no era ‘el comunismo’. Tampoco Mao, ni Stalin. El comunismo, el socialismo sigue por encima de ellos, indiferente a sus manejos y acciones, porque nunca fue ideado para ser juzgado bajo las acciones de personas sujetas a sus propias circunstancias geográficas, históricas y culturales, sino por lo que generaciones de lucha de clases traigan en un futuro, cuando la razón termine superando a la barbarie.
Así que no, no es lo mismo el fascismo que el comunismo. Y si los extremeños se tocan seguro que no tiene que ver con política.